miércoles, 30 de septiembre de 2015

la madremonte



Está vestida de hojas y de líquenes, vive en la profundidad de los bosques. La cabellera, víctima de soles y lunas, le oculta el rostro, ese es su enigma. Podemos escuchar el grito de fiera entre los árboles, ver la silueta que se pierde en la espesura, pero nadie ha visto nunca su rostro cubierto de musgo y sombra.

La Madremonte ama las grandes piedras de los ríos, construye sus aposentos en los nacimientos de las quebradas, se distrae con el silbido de las mirlas y los azulejos. Algunos han creído escucharla cuando imita el canto de los grillos, en las tardes de verano, y cuando persigue las luciérnagas en las noches sin luna.

Como vigilante de las selvas, la Madremonte cuida que no desaparezcan la lluvia ni el viento, orienta los periodos de celo de los animales del monte, grita de dolor cuando cae alguna criatura de su dominio. Por eso, odia a los leñadores y persigue a los cazadores: a todos aquellos que violan los recintos secretos de las montañas.

Cuando la Madremonte está poseída de furia dicen, los que han padecido su venganza, que se transforma: los ojos despiden candela y con las manos de puro hueso, se agita de rabia entre los matorrales. Se desencadenan entonces, los vientos y las tormentas. Los ríos y las quebradas traen inundaciones, arrasan las cosechas y el ganado. Todo parece como si se anunciara el estremecimiento de la tierra y los astros.






autor #Angie enriques, dayana quenguan, yina rendon

el demonio de las lajas



Una sencilla forma de representar una típica leyenda de nuestra región sur.
El Demonio de las Lajas.
Una leyenda que dise... que hace mucho tiempo la gente no tomaba aquel camino, porque se te aparecería el demonio; como siempre en las horas pico de la madrugada...
también se dise que la virgen de las lajas se aparesio y tomo a este personaje, para clavarlo sobre las enormes rocas que hay en aquel lugar, como desenlase se cuenta que la virgen siempre esta vigilante si este llega a escapar...
Cuando me imaginaba al personaje de esta historia se me ocurrió que podía utilizar un referente importante de mi ciudad San Juan de Pasto ...si el carnaval de negros y blancos... en especial el día del desfile magno en otras palabras el modelado de nuestros artesanos e aquí el resultado.

la llorona

La llorona convertida en el espíritu vagabundo de una mujer que lleva un niño en el cuadril, hace alusión a su nombre porque vaga llorando por los caminos. Se dice que nunca se le ve la cara y llora de vergüenza y arrepentimiento por lo que hizo a su familia.
Quienes le han visto dicen que es una mujer revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidossucios y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido. No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.
Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo y los ayes lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades.
Dice la tradición que la llorona reclama de las personas ayuda para cargar al niño; al recibirlo se libra del castigo convirtiéndose en la llorona la persona que lo ha recibido. Otras eversiones dicen que es el espíritu de una mujer que mató por celos a la mamá y prendió fuego a la casa con su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar la maldición que la condenara: "Andarás sin Dios y sin santa María, persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".
Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del país.
Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.
Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la guerra.
Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella localidad algunas semanas.
La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido, creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.
Los días de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado.
Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
El tiempo transcurría sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplían las nueve lunas de su gestación.
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín.
Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.
En tan importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a su mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo arrebatarían y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbusto y protegida por el manto negro de la noche.
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguía corriendo, los nubarrones eran más densos, la tempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veía. Penetró a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento de una mujer.

la vieja del monte

En los atardeceres y noches de luna, suele sentirse en los montes, en cortos intervalos, unos gritos tristes y prolongados, comienzan siendo muy fuertes y terminan por ser casi audibles.
Esos gritos que se asemeja a los de un ser humano perdido en la maraña, son lanzados por un ave, llamado despectivamente la Vieja y por el medio en que mora, se le agrega el adjetivo de "del monte", es decir, Vieja del monte o muaimí caá-buig.
Pocos son, somos diría en honor a de la verdad, los que hemos visto a la Vieja del monte. Un raro mimetismo la identifica a la rama del árbol seco donde se posa habitualmente y su incompleta inmovilidad, hacen difícil verla.
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La Vieja del Monte tiene una leyenda; perversa, despiadada, que hace que nadie se conmueva con sus gritos que causan más que pena que impresión, sobrecogimiento, escalofrío. No hay uno solo que al sentirlos no se persigue y musite una oración entre dientes.
Dicen que era una muchacha, muy linda, muy interesante, orgullosa como ninguna y despreciativa como la más. Tuvo infinidad de pretendientes pero uno solo no consiguió conquistar su sensible corazón.
Pero un día llegó al pago donde vivía un forastero que se enamoró perdidamente de ella, sin que tampoco él, le fuera enteramente indiferente. Esta de por medio, sin embargo, su orgullo, de modo que ahogó el amor que el joven había logrado despertar en ella con la indiferencia y, a pesar de verse en repetidas ocasiones y confesarle aquel su inmenso cariño, no consiguió obtener una respuesta definitiva, ni siquiera una esperanza.
Dejo transcurrir algún tiempo pero ante el silencio de la orgullosa muchacha, el joven recurrió a los malos oficios de una bruja, siempre en la esperanza de conseguir su amor. "Te iras -le dijo aquella- muy lejos donde ella ni nadie pueda saber nada de ti y no volverás hasta que ella te llame, lo sabrás, porque un día sentirás un deseo incontenido". Así lo hizo esa misma noche.
La orgullosa muchacha sintió de inmediato una atracción inexplicable hacia el ausente y estuvo a punto de hacerlo llamar a correr a su lado. Pero nuevamente su orgullo pudo más que su pasión y en esa lucha tenaz fueron pasando los días, las semanas, los meses, los años largos y penosos que dejaban en su cuerpo y alma las huellas implacables de la vejez. Entonces tuvo un motivo más para continuarla.
El encantamiento entre tanto, iba obrando lento pero seguro y así fue que un día, empujado por su acción volvió el mozo, pero cual no sería su desazón y su pena al encontrarse con una vieja. No quedaba nada de aquella mujer interesante y bella que casi había llegado a enloquecerlo de amor y que años antes había sido el ideal de su existencia,, ni la sombra y preso de inmensa amargura y dolor, huyó del pago sin dejarse ver y para no regresar nunca más.
El orgullo de la muchacha había sido castigado cruelmente. Enterada de la verdad corrió tras él hasta el monte vecino donde debía verse y al no hallarlo comenzó a gritar desesperadamente, llamándolo, pero fue en balde. Se internó en él y nadie más pudo verla, sólo sus gritos eran oídos cada atardecer y cada noche y lo seguirán escuchando generación tras generación, pues ese es su castigo.
Hay quién afirma que su enamorado era el Sol (Cuarajig) y es por eso que la Vieja del monte esta mirando fijamente el astro rey desde su aparición hasta su muerte tras el lejano horizonte.

Por haber sido orgullosa
y por que no supo amar;
Hoy llora arrepentida
su eterna soledad...

pata de luz

El curtido pescador, acompañado de un yerno suyo, pescaba en los esteros de Bocagrande. Las estrellas se reflejaban en las aguas y el viento se congraciaba con las copas de manglares, en una noche de luna.
Mario Huila se llamaba y, en su vida, el atarraya había sido su eterna compañera. Con cachimba en boca fumaba entretenido esperando lanzar su red, mientras su canoa se movía al vaivén de las pequeñas olas fluviales, restos de las que azotaban los manglares, pues estaban dentro de la bocana de uno de los brazos del río Mira.Una luz intermitente que se agrandaba y empequeñecía, a unos 100 metros, llamó su atención. La mancha luminosa se acercó a ellos tan velozmente que no se dieron cuenta cómo, lo que los dejó perplejos.
Los pescadores, sobreponiéndose al miedo, les preguntaron quiénes eran sin obtener respuesta alguna. Les pareció que eran como cinco, diez, quién sabe cuántos y sus ojos recorrieron la fila de los fantasmagóricos personajes, que sólo los miraban. Siguieron preguntándoles quiénes eran, hasta que sintieron que su lengua se les ponía pesada y tiesa como pescado muerto. [...]
"Vete al diablo Pata de Luz, desgraciado pariente del Riviel", gritó el viejo Mario, cuya voz se perdió en lo profundo del manglar, obteniendo un eco quejumbroso y duradero. Vino luego un silencio, las estrellas volvieron a su sitio y las aguas del estero retornaron a su original tamaño, golpeando suavemente la embarcación. Había sido la Pata de Luz la que había hecho su aparición y que hoy la mayoría de los pescadores tumaqueños recuerdan con temor.
Dice la leyenda que la Pata de Luz es un esqueleto que lleva una luz de color roja, que a veces se torna verde y navega sobre dos palos. En algunas ocasiones se presenta como si fueran varias personas. En tierra anda como cualquier cristiano y en el agua navega rápidamente. Muchas veces se le ve caminando por la playa como dando zancos, para recordar que aún está con ellos. Su aparición la hace en Semana Santa, época en que los pescadores nariñenses ven pasar cerca o lejos la Pata de Luz.

El fraile de la guacas

En esta región poblada por los Guitaros, familia de los cencas, vivieron algunas no muy ricas y pudientes, pero fieles a su tradición cumplieron con visitar a calimas y quimbayas y de estos aprendieron a amasar el oro que moldeaba con habilidad asombrosa y elaboraron sus joyas y colares.
Estos trashumantes recorrieron miles de kilómetros y mercadearon con los incas de Perú y Bolivia, y conocieron de la magia algunos secretos como transformar el oro en tierra bruta. Cuentan que a la llegada de «los blancos» creyéronlos sus dioses los concitieron y alabaron, pero con los años se dieron cuenta que no eran sino bandidos explotadores y que les quitaban sus riquezas por lo cual decidieron enguacar sus fortunas que no eran para hombres sino para sus dioses y con su magia convirtieron inmensas cantidades de oro en montañas del Azuay.
Como venganza contra los ambiciosos blancos que buscaron sin suerte los entierros, los indios dejaron un mago cuidador, que protegía la cuaca y evitaba como un espanto, la sacasen si la encontraban.
Los más conocedores del arte de la guaquería lo hacen con barras de azogue que obran como imanes e indican el lugar, no con mucha precisión, otros lo hacen porque dicen haber visto entre la tierra arder de azul el suelo y esto es señal de una guaca, otros saben por referencia los lugares que en forma de pequeños promontorios sospechosos son lugares de entierro de guacas y allí hacen las excavaciones. | Cuenta Don José Leyton que la lomita, punto de Guaitarilla, cerca al pueblo, fue con sus amigos a guaquear, con tan mala fortuna que se les apareció el fraile, viejo cura español al que los indios condenaron a cuidar la guaca por su desmedida ambición, este fraile levantó del hueco su cadavérica figura, hábito derruido y de con sus manos huesudas levantó un rejo y les castigó hasta dejar desmayados.

el griton del cid

Se trata de un ser invisible que en cada centuria de la vida del mundo cumple con el rito sagrado de las divinidades de anunciar a los humanos el inicio de un nuevo ciclo de la vida.
De este extraño ser se dice que vive en las cuevas del río Guaitara, entre los promontorios que sirven de base al puente colgante de la carretera Pasto Ipiales. Que se pasea como todo un señor en los lugares inhóspitos de El Cid, Yunguita y Yanagala, llegando al Pedregal, Pilcuán y Arguello. Otros le atribuyen domicilio en las partes altas de las montañas de La Burrera, cerca de la finca el hospital y la hacienda de los Mora perteneciente a Túquerres y Cuma.
A quien mal habla de este terrible espanto lo condena a gritar con él por toda la vida o a perder la voz para siempre poniéndole un coto en la garganta. No es raro encontrar por los guaicos gentes con su coto lo que confirma su existencia.

el guagua auca

En tiempos no muy remotos las gentes de la región creían que extraños dioses gobernaban el universo, más cuando la tradición de los abuelos enseña estas historias con las recomendaciones de lo que debían hacer para adorar a las divinidades, es toda una «religión» o idolatría; el culto es indispensable hacerlo para recibir bendiciones y favores de lo contrario los dioses se enfurecían y mandaban castigos insospechados a la gente.
Los temblores dejaron solo ruinas entre las gentes, la fumarola del volcán se elevó hasta el infinito como un gigante amenazador. De sus vidas no se supo, y los que sobrevivieron recordaron el cueto de que “por infieles el galeras se ponía bravo” y pidieron perdón.
El Volcán es su dios y tenían que agradarlo y recordaron que debían ofrendarle un guagua auca, es decir un niño recién nacido y sin bautismo, el que debían botar vivo por su cráter para que este se apaciguara.
Partieron de Chaucha, los mayores con varios guaguas (bebes) entre brazos, llegaron al Guaitara, subieron el Cariaco, llegaron al GALERAS, arrojaron a sus hijos al fondo del volcán al darle sus ofrendas y como por encanto este se dejó de rugir y de temblar, se calmó porque los indios volvieron a creer en él , desde ese entonces El Galeras no ha vuelto a molestar.

el griton


El GritonEl gritón es un ser que habita la propicia de la rioja se le describe como un gran bulto peludo sin cabeza y de color gris, el gritón impide el paso en los caminos de los senderos justo cuando cae la noche, algunos valientes intentaron aventurarse por los senderos en los que el solía aparecer, primero se escuchaba un grito lejano que se repetía cada vez mas cerca hasta que el gritón se plantaba en medio del camino cerrando el paso. Se dice que un hombre haciendo cruces con su cuchillo logro pasar pero llego exhausto y en muy malas condicione a su casa, el gritón grita desde lejos y si sé le contesta se aparece como un torbellino rápidamente, por esto si caminan por un sendero en la noche en la provincia de la rioja argentina y escuchan un grito lejano tengan mucho cuidado.

31 de octubre

De un tiempo acá, no muchos por cierto, se celebra cada 31 de octubre como el de las brujas o día de los niños. Los pequeños se disfrazan y van cantando de puerta en puerta: “Ángeles somos, del cielo venimos y pan queremos. Triqui triqui Halloween, quiero dulces para mí, si no hay dulces para mí se te tuerce la nariz…”; en tanto los mayores organizan bailes de disfraces, para divertirse y pasar disfrutando de un buen baile. Nuestro departamento es muy rico en mitos, leyendas y tradiciones que vamos a describir en parte para el deleite y recuerdo de aquellos tiempos en que en familia se contaban cuentos alrededor de una vela y el hogar de la candela.
El “Niño Jesús del Cabuyo”, relato tradicionalista de las gentes de Guaitarilla nos remonta a cuando una pequeña niña encuentra una pequeña figura de madera entre la maleza del sector: “Así, como siempre lo hacía, en aquella mañana de calor y colorido, salió a recorrer de manera desprevenida el sector, llegó a una arada, y algo muy especial le llamó su atención: miró con detenimiento y se fue acercando despacio, casi que lentamente, con temor y precaución fijó su mirada en un pequeño objeto que se perdía entre las ramas secas y la labrada tierra, estiró su brazo derecho para tratar de sacar a flote la pequeña figura, quitó la tierra y las secas ramas al que en un principio consideró era un pequeño muñeco de madera perdido entre la tierra y las hojas secas del lugar.
Cuando lo tuvo entre sus manos continuó limpiando al pequeño muñeco, buscó la quebrada más cercana y le dio todo un baño de limpieza para poder observar en todo su contexto el frágil cuerpecito del que para entonces consideró como un simple y tosco muñeco de madera. Nada contó en casa de su hallazgo y procedió a guardar celosamente el pequeño muñeco que encontró en su tradicional paseo por entre los sembríos y los arados, en una cesta de totora llamada comúnmente «Otavalo».
Una noche, poco tiempo después del hallazgo, María Solarte, tuvo un grato sueño que recreó su mente infantil cuando soñó que aquel pequeño muñeco de madera parecía hablarle al pedir que lo saque de su encierro, que lo lleve al día siguiente a «tomar» el sol sobre los campos de trigales, cebada y maíz. María se queda pensando cuando al despertar recuerda ese dulce sueño. «Sería que soñé» se dice para sí misma, «o fue una simple ilusión», concluye. Observa con detenimiento el sector donde está la pequeña cesta o canasta con su precioso tesoro en su interior, va hasta el lugar, saca el pequeño muñeco de madera, lo besa con especial frenesí y luego lo estrecha de manera reverente contra su pecho, y un algo particular recorre su cuerpo como llena de gracia, de singular alegría que se refleja en su rostro radiante y las dos pequeñas lágrimas que de dicha y de gozo brotaron de sus ojos. Coloca nuevamente la pequeña figura dentro del cesto y torna a su cama para continuar durmiendo.
El Señor de Los Milagros de Túquerres, es una imagen de gran veneración para las gentes de la región que también tiene una interesante historia que recreada por la imaginación del escritor, dice así: “La caravana de trashumantes comerciantes provenientes de la lejana Santafé de Bogotá, habían llegado hasta la tarabita del río Guáitara a la altura de Funes, allí sin que nadie se percatara del cargamento que llevaban, menos de la imagen del Cristo para Quito, los intrépidos jinetes, aprovechando el llegar de un medio día jamás registrado por cronista alguno en el calendario de los tiempos, desmontaron de su cabalgadura y recibieron comida y bebida por parte de sus ocasionales anfitriones, que al darse cuenta de cómo degustaban el «guarapo» puro de la caña, no escatimaron esfuerzo para brindarles uno tras otro de aquella deliciosa fermentación hasta que quedaron profundamente dormidos.
Entre las gentes de la ocasional pascana, estaba «un indio de Túquerres, José Quiscualtud, (quien) quiso aprovechar el descuido de sus amigos y pasó el río con el macho o bestia mejor cargada y luego huyó a casa por caminos conocidos. El animal llegando al pueblo, no quiso avanzar más allá de la plaza y se hecho, totalmente cansado, en un ángulo de la rústica iglesia de bahareque que entonces se levantaba.»
«El buen ladrón José Quiscualtud, temeroso de ser descubierto su pecado, desapareció del lugar mientras tanto, después de esperar toda la tarde sin que el animal pudiera levantarse, el señor Cura y el Alcalde del Resguardo bajaron la carga y ... al abrirla....¡Sorpresa! descubrieron con gran asombro la imagen del Señor que llamaron «Señor de Los Milagros» la que se quedó para siempre y se consagró como protector de la ciudad.»
Otro de los relatos que nos llama poderosamente la atención de nuestros mitos y leyendas de Nariño es el del Cura descabezado, que en versión de Enrique Herrera Enríquez, dice: “Sintió de pronto un ruido salido entre las sombras y vio cruzar delante de él un pequeño montículo fugaz que al llegar al lugar titilante de la tenue luz pudo distinguir que era un gato de color oscuro, cuando sus ojos fulgurantes se clavaron en los de él y lanzó un maullido que estremeció a Carlos Alberto por lo inesperado del momento.
Pasado el susto, cruzó la primera calle y miró hacia el frente, observó a la distancia las cúpulas del templo de Santiago, de corte románico-toscano, de construcción moderna pero con cierta caracterización de recogimiento y de respeto. Pensó cambiar de ruta por un inesperado presentimiento, sin embargo desistió la idea y continúo a paso moderado su camino.
Se acordó de cuentos y leyendas que escuchara un día, cuando aún niño, inocente de las realidades de la vida dejaba ilusionarse por las frases expresivas de la abuela al escuchar de sus labios narraciones de terror, de espanto o de míticos jolgorios que amenizaban las reuniones de familia. Miró de manera prevenida hacia atrás para poder observar con más detenimiento el paso del gato. Recordó que al respecto había muchos agüeros y trató en su mente de captar el verdadero color del pequeño felino, no sabía que responderse así mismo: ¿Era negro? o, era ¿pardo? No sabría precisar. Sintió de pronto un no sé qué, que le obligaba a sacar un cigarrillo para encenderlo y proceder a fumar. Buscó entre sus bolsillos una cerilla y procedió a prender el cigarrillo. Al hacerlo, cuando la llama flameaba tratando de encender el cigarrillo, sus ojos se quedaron fijos mirando hacia el templo de Santiago donde en medio de la penumbra parecía desdibujarse una sombra que a manera de bulto indescriptible se asomaba a la tenue luz de los faroles del contorno de la plazoleta que da marco al templo franciscano.
De principio sintió como un alivio el encontrarse en altas horas de la noche con «alguien», por eso Carlos Alberto procedió a botar a un lado la cerilla con que prendió su cigarrillo y caminó un poco más rápido para el encuentro con ese «alguien». Ese «alguien» comenzó a aparecer y desaparecer del panorama conventual del templo, situación que intranquilizó a Carlos Alberto. ¿Quién podría ser ese «algo» o ese “alguien” que a manera de fantasma aparecía y desaparecía por entre la sombras de la distante penumbra? Sin darse cuenta tenía el cigarrillo apretado entre sus labios, casi mordía de él. Su corazón palpitaba aceleradamente. Sus ojos fijos en un sitial de la penumbra y las manos sudando sin saber porqué.
Carlos Alberto creyó observar con precisión la singular silueta y quedó admirado con lo observado. No precisaba saber que había mirado. ¿Era un hombre corpulento? o, era acaso, ¿un fraile con su caracterizado habito de franciscano? La curiosidad pudo más que el temor y como si alguien lo empujara fue caminando hasta donde se apreciaba la imprecisa y fantasmagórica figura.
Un sudor frío, con un nerviosismo expectante se apoderó de Carlos Alberto, quien de pronto paró su caminar y se encontró cara a cara con la singular figura. Se aterró, el temor ante lo inesperado hizo caer el cigarrillo de sus labios y una sequedad en la garganta amargó su boca cuando con ojos desorbitados pudo constatar que la figura humanoide que tenía frente así era la de un fraile, un cura, un padre con el tradicional hábito que cubría su cuerpo pero con una característica infernal, de espanto: ¡No tenía cabeza¡ ¡Era descabezado! ¡Sangraba el cuello!, tanto así que en la penumbra del sitial en mención podía observarse como daba la impresión de recién habérsela cortado por lo sangrante de su cuello...”
Continuando con esta serie de fantásticos relatos, próximos como estamos de la celebración del Día de Brujas y de los niños, escuchemos ampliación de la festividad en referencia como también apartes de otros dos relatos que nos llevaran a imaginarios donde el terror y la incertidumbre tienen su espacio.
La veraniega población de Funes, según cuenta la tradición tuvo un personaje que sabía adivinar con precisión cuanto se le preguntaba, dando pie para dar origen al siguiente relato: “Algunos menos incrédulos fueron hasta donde Josefa para agradecer y congraciarse con la «sabiduría» de Abrahancito, quien inquieto y molesto se metió a su pieza y comenzó a dar alaridos guturales que su madre comprendió y se sorprendía por los mensajes que ellos llevaba cuando dio respuesta a una y otra inquietud que expresaban los recién llegados, confirmando su poder de saberlo todo en cuanto a los problemas e inquietudes que habían expresado sus ocasionales vecinos.
La noticia de los poderes de «sabelotodo» de nuestro personaje regó como pólvora encendida por toda la región y de un día para otro comenzaron a llegar diversidad de personalidades que querían conocer a quien desde ya se comenzó a llamar como el «Adivino de Funes». El primero que de manera incrédula llegó hasta la humilde casa pajiza de Josefa y su hijo Abrahancito, fue el señor cura párroco del sector quien preguntó ciertas cosas y recibió como respuesta grandes verdades que el pueblo sabía pero callaba para no escandalizar a las beatas del lugar. No tuvo tiempo de evitar el conocimiento que se hacía público a su desconcertante e hipócrita comportamiento, razón por la cual salió persignándose y dándose golpes de pecho, asombrado del saber de su vida por parte de Abrahancito y el escándalo que naturalmente se había formado frente a unas verdades que todos sabían pero suspicazmente habían callado.
El alcalde también llegó a la casa campesina y recibió su merecido cuando el «sabelotodo» contó a su madre la verdad de las andanzas del burgomaestre, y ésta las transmitió sin prudencia alguna ante los concurrentes, que miraron desconfiadamente al alcalde, quien salió sin pronunciar palabra alguna, arrepentido de haber ido hasta donde el personaje que comenzaba a dar publicidad a sus denuncias.
Abrahancito se ganó así una fama y credibilidad que para todos las cosas que decía por intermedio de su madre eran de una absoluta verdad y tenía entonces que respetarse, daba confiabilidad a sus acertados comentarios que solo su madre sabía entender y comprender…
El carro de la otra vida, es un relato que también se populariza entre los conductores de la región que muchos han dicho haber visto en su oportunidad y que de acuerdo a Enrique Herrera Enríquez, se desarrolla así: Metido a profundidad en los recuerdos, tratando de buscar detalles, pequeñas o grandes cosas que su mente olvida, maneja con cuidado el volante de su automotor en tanto de su boca, luego de llevar hasta ella el cigarrillo, exhala bocanadas de humo a manera de circuitos concéntricos que se pierden con gran rapidez cuando logran atravesar el espacio infinito de la negra noche.
Sin saber el porqué, de manera repentina, pregunta a Juan José, ¿cuál es la hora? « ¡Son cerca de las doce!, mi señor», responde el ayudante quien levantando sus ojos hacia el frente de la vía, allá, a la distancia observa cómo un rayo de luz, a manera de las que emanan provenientes de un carro, se va acercando hacia ellos en vía contraria. «Vea, querido amigo, por fin un vehículo automotor se aproxima a nosotros”, dice en su expresiva voz de hombre joven, situación que hace reaccionar a Héctor Edmundo para buscar con antelación un lugar adecuado para dar paso al vehículo automotor que viene por cuanto la carretera es angosta y en ciertos sectores no es posible pasar dos vehículos a la vez.
El camión de Héctor Edmundo con su acompañante Juan José, ha parado, tiene el motor encendido al igual que las luces en espera que avance el vehículo en contrario.
A la distancia, a menos de trescientos metros, el vehículo en contrario también se detiene. Héctor Edmundo, conductor experimentado, apaga e enciende la luz del camión de manera intermitente, señalando puede continuar el vehículo en contrario, éste hace lo mismo, confundiendo por el momento la acción a seguir por parte de Héctor Edmundo quien nuevamente enciende y apaga la luz, recibiendo respuesta similar del conductor del vehículo que viene en la vía contraria, interpretando que puede seguir. El camión de Héctor Edmundo arranca y decide continuar con su trayecto mirando fijamente el sitio proveniente de la luz, el cual como es obvio es cada vez más cerca y de mayor encandecía. De pronto, todo queda oscuro, el camión de Héctor Edmundo y Juan José se frena en seco. Cuando se pretende encender el motor nuevamente, no responde; hay incertidumbre por parte del avezado conductor y cuando éste trata de buscar entre las sombras de la oscura noche el vehículo en contrario, nada encuentra. Una heladez escalofriantemente fría recorre su cuerpo, suda pavorosamente y su escultural musculatura tiembla sin saber porqué, quiere pronunciar palabra y no puede. Un sabor amargo se apodera de su boca y cuando todo parece que para él ha terminado, logra por fin encender el motor del camión, las luces funcionan y arranca como desesperado para tratar de salir lo más rápido posible de tan inesperado impase.
Juan José, está igual de nervioso y confundido que su amigo conductor. Con voz entrecortada, ojos desorbitados, desencajado, pregunta que ha pasado? ¿Dónde está el vehículo en contrario? Todo es confusión y nadie responde. Balbuceando palabras, nervioso, limpiándose el frío sudor de su frente, Héctor Edmundo, conductor del camión, dice en inteligibles palabras: «¡Es el carro del diablo! ¡El carro de la otra vida! ¡No lo mires! ¡No mires hacia atrás! ¡Mira hacia el frente!». Juan José siente que entre sus piernas un líquido cálido aflora sin poder contener, su estómago también se afloja y nada puede hacer para evitar la diarrea que ha comenzado hacer estragos en el asiento del camión.
Héctor Edmundo, comprende lo sucedido, da alientos a su acompañante, saca fuerzas de donde no se tiene y simplemente atina a decir que no se preocupe, que se tranquilice, que el peligro ha pasado, que ya recordaba como muchos de sus colegas conductores le habían referido que por aquel lugar siempre pasaban cosas extrañas, y agradecido de su compañía recordaba de igual manera como varios amigos conductores que viajaban solos por aquel paraje habían sentido la compañía de gente extraña, que de un momento a otro se subían al vehículo, bajando de manera inesperada tal cual como subían, cuando atravesaban dicho sector, ocasionado mortales accidentes de manera inexplicable para las gentes que no en vano reconocía y así denominaban al sector como la «Nariz del Diablo», en tal razón lo mejor era continuar con su camino hasta la población más cercana, como en efecto así se hizo…
Recogiendo los pasos, es una de tantas situaciones que la gente suele decir ha vivido cuando un ser querido, muy cercano, fallece, en versión de nuestro invitado se tiene que: Melba y Rosalba, se abrazaron, lloraron enjugando el cabello con sus lágrimas. Se resistían a creer, a admitir la triste suerte de Juan Alberto y esperaban que ojalá lograra recuperarse para poder manifestar su aprecio por alguien que así esté ausente de su vida sentimental, querían verlo vivo, gozando, disfrutando del placer que tiene quien por su forma de ser se lo merece. Recordaron con nostalgia aquel suceso de Cumbal, la tierra de la madre de Rosalba, cuando se encontraron de manera intempestiva, casi lo matan creyendo que era su novio. Un enamorado silencioso de Rosalba consideró que se había irrespetado a las damas de Cumbal al observar que Juan Alberto estaba de brazo de otra mujer. Se aclararon las cosas y felizmente no pasó nada, pero si fue el comienzo de su declaración de amor días después cuando se encontraron en la ciudad de su habitual residencia.
De pronto, como si una fuerza tenaz, un algo de presión las separase, Melba y Rosalba reaccionar al tiempo ahogando un grito en sus gargantas, obligándolas a levantarse del sillón. Fue como un viento fuerte, frió que las levantó y cerró puertas y ventanas, los cuadros se movieron, parecía como un temblor y un escalofrío recorrió el cuerpo de las dos mujeres, dejándolas como petrificadas cuando a la vista de las dos damas se presentó una sombra que de manera fugaz como llegó se fue. No se podía precisar quien fue o que fue. Se sintió pisadas de persona caminando por entre la sala. Era algo como familiar y a la vez ausente.
Cuando el fenómeno pasó, todo volvió a la normalidad. El teléfono curiosamente sonó, Melba con cierto temor lo levantó y escuchó la voz de su interlocutor, se llevó la mano a la boca y con un ¡No! ¡No! ¡No! ¡No puede ser!, se sentó en el sillón, y haciendo señas a Rosalba pidió a ésta que tome el teléfono, la bella dama lo cogió entre sus manos y con un ¡Alo! ¡Quién habla! ¡Qué pasa!...Espero inquieta la respuesta y cuando la supo, se desplomo sobre el asiento, preguntó a qué horas había sido el luctuoso acontecimiento. Agradeció con un lamento la noticia cuando dijo pesadamente: «Ya sabíamos», colgó. Se dirigió a donde estaba Melba, su fiel amiga y le dijo: ¡Recogió los pasos! ¡Recogió los pasos! ¡Melba, tu eres testigo, Juan Alberto, recogió sus pasos! ¡Vino a despedirse! ¡Está muerto! !Juan Alberto ha muerto!
Son relatos recreados con personajes que nos lleva a vivir, si cabe la expresión, de momentos que se fueron con el imperio de la luz, de la energía eléctrica, de los nuevos aparatos, pero que aún así, todavía encontramos a personas que nos cuenta el encuentro con personajes siniestros, de la otra vida que todavía se resisten a perder su actualidad como lo hemos visto

miércoles, 23 de septiembre de 2015

la vieja de la bandera negra

La vieja de la bandera negra[editar]

Entre la maraña espesa que bordea el peñasco del Guaitara, entre los poblados de Bombona, el Yunguita, Ales y El Cid, no se deja de respirar el olor a tierra fresca y flores nativas, se oye el zumbido de los abejones, el croar de los sapos y el rechinar de los árboles.
No es menos cierto que se evidencia un ventarrón muy gélido, que por esos parajes se siente y cree el vecindario que cuando la borrasca se siente un extraño personaje de las noches oscuras llega, dicen los aldeanos que la han visto que es la Bruja de la Bandera Negra. Sale a ondear y flamear su bandera, es entonces cuando el viento se pone acelerado y ruge sin cesar, tan fuerte como un ciclón que arrasa los techos de las casas pajizas, el mayor temor es que los encuentre dormidos porque con fiereza empuja las puertas como queriendo entrar y se afirma se ha llevado a algunos. La gente asustada se levanta a rezar.Resultado de imagen para la vieja de la bandera negra